Se consideran como cementos blancos los pertenecientes a los tipos I y II, cuando las adiciones de estos últimos no superan el 25 % en masa, y cuyo índice de blancura sea igual o superior al 70 por 100. El índice de blancura se determina por la medida de su reflectancia luminosa direccional, en relación con un patrón de óxido magnésico en polvo (Norma UNE 80,117).
Las clases resistentes de los cementos blancos son las mismas que las de sus tipos correspondientes.
Con el cemento blanco es fundamental emplear áridos muy limpios y evitar el uso de herramientas de hierro, que mancharían el hormigón. El aspecto final de éste depende, en gran medida, del color de los áridos. El uso de ciertos productos de curado puede alterar el tono de las superficies.
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